Habíamos pensado que la señora se subiría al tren. Pero no fue así, estabámos con las sombrillas para ir a Pinamar, en tren primeramente a Mardel.
Sin dudas, se quedó en la estación lamentándose. El tren estaría en dos horas y así ella podría cumplir su merecido, sus vacaciones merecidas. Quedamos con el aliento sujeto en la garganta , y sin mamá.
La vida debía continuar sin ella, el viaje seguiría su curso. Sonidos de la locotomotora y el calor penetrante sobre nuestras cabezas. No estábamos del todo conformes, nuestro ánimo se derretía. Solo el sueño, por la noche, hizo que pudiéramos tomar el coraje de avanzar. De insertarnos en la magia, la alegria.
Mamá llegaría al día siguiente, por la mañana.
Con su maletas, con su mal humor justificado:-me dejaron, no subieron conmigo-.
-Mamaaa-, en corito de hijo, acompañaríamos para apoyarnos unos y otros. Luján, Ricardo y yo. Tres hijos al hilo, tres mellisos.
Mamá, dejó de hablarnos durante esa mañana. Todo fue un caos, salvo el día siguiente que el sol nos apuntaba para ir a la playa.
Nosotros llevábamos la sombrilla, las reposeras, y mochilas.Mamá, la comida, toda en bolsitas que hacían ruido con el aire mientras nos dirijíamos a la orilla.
-Jugamos un partidito-, diría Ricardo. -No, juego- constestaba Luján. Me quedaba la opción de elegir jugar a la paleta con mi hermano.-Andá jugá con Luján-, en signo de obligación me diría mi madre.
Aquellas vacaciones no las olvido más.
-Vamos, la comida está , vamos salgaaaa!-, el oficial, me toma de los brazos.
Ya no volvería a ese mar, ese encuentro, ellos ya no están, y los recuerdos en mi memoria, hoy me llevan al psiquiátrico, dicen que yo los maté una noche, y no fue así, dicen que debo declarar, y no deseo hacerlo, dicen que fue en Pinamar...
lunes, 23 de febrero de 2009
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